En política, nada es lo que parece

Por Josè Manuel Guevara Acosta
Es común observar cómo el ascenso político de ciertos ciudadanos está secretamente financiado por organizaciones criminales que buscan ampliar su influencia. A cambio de ese apoyo, estas organizaciones obtienen favores y protección en áreas como el tráfico de influencias, la justicia, la extorsión, el lavado de dinero y la corrupción. Esto desvía al político de sus promesas de realizar obras en beneficio de la sociedad y asegura que dichas operaciones ilícitas prosperen bajo el manto de la legalidad.
Estos políticos, que gozan de gran popularidad, suelen encantar a la ciudadanía con promesas que suenan atractivas, mientras que, en la sombra, sus éxitos se cimentan en compromisos oscuros. A medida que su carrera avanza, se enfrentan a dilemas cada vez más profundos y peligrosos: continuar como títeres de la mafia o arriesgarlo todo por una posibilidad de redención.
La política y la mafia han estado históricamente entrelazadas en un complejo baile de poder y secretos. Esta relación, aunque invisible para muchos, tiene una influencia profunda en el desarrollo de las sociedades.
En el corazón del poder, los secretos se entrelazan con la narrativa pública, dejando en evidencia que, en política, nada es lo que parece. La única diferencia visible entre una agrupación política y una organización criminal es que los primeros operan bajo el amparo de la legalidad, mientras que los segundos actúan en la sombra.
Durante los últimos 24 años, la corrupción ha azotado a nuestro país y a toda América Latina. Este flagelo ha obstaculizado el desarrollo de millones de ciudadanos, empujándolos a emigrar en busca de mejores condiciones de vida. Países como Estados Unidos, España, Chile, Colombia y Puerto Rico se han convertido en destinos frecuentes para quienes buscan oportunidades laborales, sociales y personales lejos de su tierra natal.
La corrupción no solo frena el desarrollo socioeconómico de un país, sino que también perpetúa la desigualdad y afecta a millones de personas que claman por transparencia en la administración pública. Las promesas de cambio, lamentablemente, suelen quedar opacadas por los intereses de unos pocos. Para el político comprometido, el ciudadano importa hoy, mañana y siempre; para el politiquero, solo importa el día del voto, después del cual aplica el látigo de la indiferencia.
Es preocupante que la sociedad no haya logrado transformar a los politiqueros, compradores de conciencias, en ciudadanos más comprometidos con el bienestar común. Cada cuatro años, las mismas mentiras son vendidas, y muchos las aceptan sin cuestionamientos.
No podemos quejarnos de los políticos que elegimos cuando, en nuestras manos, está el poder de cambiarlos. Sin embargo, muchos ceden su conciencia a cambio de un poco de dinero durante las elecciones. Aquellos atrapados en este mundo oscuro suelen predicar la moral mientras son parte del problema, aparentando una integridad que no poseen.
Como señaló Arthur Schopenhauer:
«Lo que más odia el rebaño es a quien piensa diferente; no es tanto la opinión en sí, sino la audacia de querer pensar por sí mismos, algo que no saben hacer.»
El autor es abogado, docente y político.
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